domingo, 12 de diciembre de 2010

DESARROLLISMO, NEODESARROLLISMO, EXTRACTIVISMO, PACHAMAMISMO Y BUEN VIVIR. ALGUNAS REFLEXIONES CRÍTICAS ACERCA DEL DESARROLLO EN AMÉRICA LATINA

Comparto con ustedes una parte del trabajo que presenté en el curso sobre los debates del desarrollo en América Latina acerca de la imposibilidad que los gobiernos seudo progresistas de América del Sur tienen a la hora de proponer sus "modelos" político-económicos, neodesarrollistas basados en el extractivismo, de incorporar las cuestiones ambientales y sociales que les reclaman muchos movimientos en sus países. Estos regímenes políticos basados en modos de producción de un capitalismo social compensado al no cuestionar las bases del modelo de producción están conduciéndose a una crisis climática, ambiental y social que imposibilita el desarrollo.

Introducción
Después de la crisis del año ’30 en América Latina comienza a debatirse acera de las posibilidades y estrategias de “desarrollo”. Se puso en cuestión el modelo de desarrollo hacia afuera con la propuesta del modelo de sustitución de importaciones en medio del tránsito de la sociedad tradicional cuya base era la hacienda hacia la sociedad moderna cuya base era la empresa.
Entenderemos siguiendo los lineamientos del curso Debates sobre el desarrollo en América Latina que un modelo de desarrollo articula tres elementos: una manera de acumulación de capital, una configuración de las relaciones de poder y dominación, es decir una configuración política particular y una forma de relación e interacción social, una forma de socialización.
En el presente trabajo además de dar cuenta de las diferentes posturas en el debate sobre el desarrollo en aquella época, proponemos analizar sí se recupera y cómo aquel debate, en el contexto actual marcado por la crisis del modelo neoliberal en el marco de un supuesto neodesarrollismo de los autodenominados gobiernos progresistas sudamericanos.

Como es sabido, el desarrollo como aspiración social reciente es sólo otra manifestación de la reiterada aspiración humana de lograr una vida mejor; aspiración que alcanza quizá su expresión más cabal en la idea iluminista de progreso. Probablemente, ninguna otra idea ha tenido una influencia mayor en la cultura occidental que ésta; dejando de lado el ideal de perfección moral que también abarca, el progreso afirma la posibilidad de mejorar las condiciones de vida –derrotando a los viejos flagelos del hambre, la enfermedad y la muerte prematura- mediante el uso apropiado y sistemático de la razón. (Gurrieri, 1981:1350)

El neodesarrollismo que se ha puesto en práctica en Sudamérica en los últimos tiempos, tiene características que lo diferencian del modelo desarrollista cepalino; la centralidad que recupera el sector primario exportador junto con un fortalecimiento del mercado interno y la centralidad de la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, al igual que el modelo de la CEPAL, sigue apegado al ideal iluminista del progreso, del crecimiento económico y del productivismo sin tener en cuenta las consecuencias socio-ambientales que trae aparejado.
Haciendo foco en estos problemas concluimos el trabajo mostrando la insustentabilidad de dicho modelo y la crisis ecológica y climática que se avecina sino se incorporan a la discusión las cuestiones ambientales pensando en una alternativa al desarrollo que deje de lado el productivismo y el consumismo, plantee nuevas formas de paliar la petróleo-dependencia del modelo productivo y tenga en cuenta a las comunidades locales y sus formas tradicionales de producción y relación con el ambiente natural. Deberíamos empezar a discutir una alternativa al desarrollo “raizal”, sustentable en sentido fuerte y comunal. Algunos de estos modelos que son más que modelos de desarrollo, modos de vida se asemejan con las alternativas pachamamistas (representadas en la figura del canciller boliviano Choquehuanca) o las del “vivir bien” desarrolladas principalmente por los pueblos originarios amazónicos del Perú y Ecuador. Con la presentación de algunas de estas formas de superar el modelo desarrollista finalizamos el presente ensayo.
Neodesarrollismo y neoextractivismo: debate del desarrollo en la nueva izquierda sudamericana
En la década de los ’80 los países menos desarrollados sufrieron los efectos de la llamada “crisis de la deuda” lo cual agravó la crisis fiscal y financiera de los Estados, debilitó el crecimiento económico ampliándose el déficit de la balanza de pagos. “En la década del noventa el recetario neoliberal impuso la sumisión consentida al Nuevo Orden, representado por los preceptos contenidos en el llamado Consenso de Washington, con lo que dichos países abdicaron de su soberanía nacional en el diseño, ejecución y manejo de sus políticas económicas”. (Cano, 2007:396) Las reformas estructurales tuvieron como consecuencia en muchos países de América Latina el empeoramiento de las condiciones económicas y sociales. Por las recurrentes crisis económicas y financieras (mexicana, brasilera, argentina, ecuatoriana y boliviana entre otras) el agotamiento del modelo neoliberal empezó a hacerse manifiesto y como consecuencia, la cuestión del desarrollo reapareció en el escenario cada vez con más frecuencia.
En este escenario, el pensamiento cepalino recuperó un lugar como punto de referencia obligado en el debate sobre el modelo de desarrollo actual. Siguiendo a Rodríguez (2007:457-458) se afirma que desde la CEPAL se impulsa un conjunto interconectado de políticas tecnológicas, productivas e institucionales como base esencial de lo que se ha dado en llamar una “estrategia mixta” de desarrollo porque contempla la sustitución de importaciones y la expansión simultánea de las exportaciones. Una y otra han de diagramarse de modo de obviar el surgimiento de desequilibrios comerciales o de adecuar sus dimensiones según la disponibilidad de financiamiento externo de largo plazo. El fomento a las exportaciones y a la producción sustitutiva debe entenderse como temporal, hasta tanto las políticas que lo sostienen generen los efectos esperados sobre la competitividad. Asimismo, las políticas industriales han de jugar un papel clave en dichas estrategias. A lo que agrega que la cuestión del Estado adquiere especial relevancia. Atañe en forma directa al papel que éste ha de desempeñar en la conducción económica y, más en general, en el diseño y consecución de objetivos a la vez económicos y sociales. Este tema clave del papel del Estado se encuentra estrechamente ligado a otros dos: las relaciones sociopolíticas que le sirven de base de sustentación; y las relaciones geopolíticas en que se encuentra inmerso. (Rodríguez, 2007:464)
Como se puede observar en esta estrategia mixta de desarrollo sigue poniéndose énfasis en el aumento de la producción industrial pero a diferencia del modelo de los ’50 hay un énfasis marcado en el modelo exportador para sostener el desarrollo industrial. Algunos críticos de este modelo han señalado como consecuencia de la puesta en marcha del modelo una marcada reprimarización de las economías periféricas, un aumento del extractivismo transnacionalizado con consecuencias ambientales tangibles y un aumento de los conflictos en las comunidades afectadas.[1] Afirma Gudynas que

…a partir de una evaluación del reporte sobre la inserción internacional de América Latina y el Caribe, 2008-2009, se concluye que CEPAL persiste en entender los vínculos internacionales como esencialmente comerciales, no ofrece alternativas a la primarización exportadora, y vuelve a defender el regionalismo abierto, a pesar de la crisis global. La agenda ambiental es distorsionada, no se postulan reformas en cuestiones críticas como los flujos de capital, y no se ofrecen alternativas a la globalización contemporánea. Incluso se defiende un retroceso en la integración regional a la cooperación. Este reporte ejemplifica que el neoestructuralismo actual de la CEPAL no logra generar una visión crítica ni alternativas originales frente a la actual crisis. (2009b:1)

Con el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) se ha experimentado una demanda cada vez mayor de los países desarrollados de materias primas o de bienes de consumo.[2] Esto ha reafirmado una consolidación de una matriz productiva de corte extractivista basada en la sobre-explotación de recursos naturales y en la expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados como “improductivos”, en dicha matriz productiva no solo entran los minerales e hidrocarburos sino también los monocultivos extensivos con semillas genéticamente modificadas (producción de soya y palma aceitera para agrocombustibles y plantaciones de eucaliptos para producción de pasta celulósica). Estos emprendimientos de corte extractivista-primario-exportador avanzan por toda la región provocando graves consecuencias ambientales (deforestación, desertificación, contaminación del suelo y el agua, y pérdida de biodiversidad) combinados con efectos sociales como el desplazamiento forzado de la población, enfermedades, mutaciones genéticas y muertes.
En América Latina al hacerse visible estos problemas cuestionamientos al uso y la dependencia de los gobiernos de los recursos naturales como fuente de los ingresos del presupuesto del Estado.
Como mencionamos anteriormente, la llegada de los gobiernos progresistas o de la nueva izquierda significó un recambio político comprometido con abandonar el reduccionismo de mercado y volcarse hacia otra estrategia de desarrollo.[3] Si bien en algunos frentes se han dado avances sustanciales como la política internacional y el abandono de las “relaciones carnales” con los Estados Unidos (enterramiento del ALCA en la cumbre de Mar del Plata en 2005 por ejemplo) y algunos enérgicos programas de ataque a la pobreza (el programa Juancito Pinto en Bolivia, el programa alimentario en Brasil, la reciente asignación universal por hijo en Argentina); como afirma Gudynas “en casi todos los países se han mantenido los énfasis en sectores como la minería e hidrocarburos, acentuándose un sendero extractivista que a su vez desencadena variados impactos sociales y ambientales. Se escuchan discursos con evocaciones verdes, pero la política ambiental es muy débil y se está convirtiendo en una de las principales áreas de disputa y controversia en el seno de la izquierda gobernante contemporánea”. (2010c:62)
Teniendo en cuenta estas afirmaciones se podría pensar que se ha vuelto al modelo agroexportador y de economías de enclave de finales del siglo XIX y principios del XX, sin embargo, el extractivismo actual se diferencia de aquel en un sentido muy particular y es en el mayor protagonismo estatal y en el reforzamiento de las capacidades reguladoras del Estado. La ola de privatizaciones se detuvo y en algunos casos se volvieron a nacionalizar empresas que tiempo atrás fueron vendidas. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, por un lado hay una mayor presencia estatal, en algunos casos se aumentaron los tributos y regalías, y se busca una mejor regulación. Pero por otro lado, las empresas extranjeras reaparecen bajo otros modos de asociación, la dependencia de los mercados globales se acentúa y en algunos casos el propio Estado apoya o subvenciona a diferentes emprendimientos.[4] Uno de los ejemplos más claros son los sucesivos apoyos del gobierno de Morales para explotar sus yacimientos de hierro. (Gudynas, 2010c:66)
La persistencia del extractivismo representa un cambio sustancial frente a otros enfoques del desarrollo de izquierda (antes presentamos las ideas dependentistas) que se alejaban de los sectores como la minería y las petroleras, no sólo por sus impactos locales, sino por representar economías de enclave que no generaban beneficios sustanciales. Esa dependencia en exportar materias primas era vista como un estado de atraso que debía ser superado. Sin embargo, los gobiernos progresistas en los hechos se han encaminado a un nuevo extractivismo. “Mientras que en el pasado se asociaba el extractivismo con condiciones de pobreza y marginación económica, ahora pasa a ser concebido como el motor del desarrollo y un aporte indispensable para financiar los programas de asistencia social”. (Gudynas, 2010c:67)
En este sentido, las poblaciones afectadas por los emprendimientos extractivos son puestas en un brete ya que estar en contra de dichos proyectos es estar en contra del desarrollo del país y por ende se condena a estas poblaciones por retrasar el desarrollo y obstaculizar el combate a la pobreza en la región. No es difícil escuchar declaraciones como la del presidente ecuatoriano Correa que dice que es imposible estar sentados sobre minas de oro y no utilizarlas, en referencia al petróleo y los minerales existentes en el Yasuní que hasta ahora no han podido ser explotados.
De esta manera se va consolidando un modelo de desarrollo que mantiene sus críticas a las reformas de mercado y contra los gobiernos de inspiración neoliberal, que refuerza el papel del Estado en la economía posibilitando la captación de una proporción mayor de la renta originada en los recursos naturales a través de la imposición de impuestos, retenciones y obligación de regalías mayores pero un análisis riguroso muestra que la estrategia de desarrollo sigue poniendo en el centro la idea de progreso y crecimiento económico por lo que poco se discute acerca de alguna posibilidad de ir más allá de estas formas de capitalismo socialmente compensadas.
No es de extrañar entonces que en Argentina no se haya modificado la legislación minera creada en la época menemista en la que el Estado se autoexcluyó de la posibilidad de explotar los recursos minerales, que le otorga a las empresas exenciones impositivas por 30 años y le pone un tope máximo a las regalías del 3% o que la presidenta electa de Brasil afirme que se va a construir la represa más grande de Sudamérica sobre el río Amazonas y que la estabilidad macroeconómica sea el objetivo primordial de estas administraciones.
Sin embargo, como el modelo de desarrollo neo-extractivista trae aparejadas tantas consecuencias socio-ambientales, por todo el continente comienza a emerger una cartografía de las resistencias sociales a dicho modelo que comienza a verse cuestionado. Esta situación nos plantea nuevos desafíos ¿cómo actuar frente a gobiernos que, a pesar de haber recibido legitimidad por procesos sociales y políticos emancipatorios siguen conectados con conglomerados empresariales nacionales y transnacionales, y siguen financiando con recursos públicos la instalación de la infraestructura productiva y la explotación de recursos naturales, causando así fuertes impactos sociales y ambientales negativos en el plano local?
Si bien entre las élites políticas y económicas este modelo no se cuestiona desde “la calle”, “el barrio”, “la comunidad” empiezan a discutirse nuevas formas de relacionarse con el desarrollo de las que surgen modos de vida y producción otros que muestran que es posible ir más allá del modelo de capitalismo socialmente compensado ideado en los gobiernos progresistas de Sudamérica.
Conclusión: ¿Desarrollo alternativo o una alternativa al desarrollo?
El modelo de desarrollo basado en el “neo-extractivismo progresista” continúa siendo parte de la ideología del desarrollo que se nutre de buena parte de las ideas de la modernidad y del progreso. Sin embargo, como afirma Gudynas “se ha adaptado a las condiciones propias y diversas de América del Sur. Intenta liberarse de la herencia neoliberal, pero sin llegar a conformar conjuntos de propuestas alternativas nítidas”. (2009a:222)
En este sentido es que pensamos que si bien hay aportes nuevos al ideal desarrollista de la CEPAL y del enfoque dependentista, el modelo actual es, al igual que estos, heredero de los principios progresistas y por tanto productivista y consumista de la modernidad permeado por la idea del dominio social y la mercantilización de la naturaleza. Por lo tanto no resulta extraño que ninguno de estos enfoques y modelos de desarrollo hayan puesto énfasis en un efecto fundamental de dicho proceso: la destrucción del sistema de recursos naturales y la degradación del potencial productivo de los ecosistemas que constituyen la base de la sustentabilidad de las fuerzas sociales en nuestros países.
Teniendo en cuenta este problema de la ideología progresista moderna podemos agregar a las explicaciones acerca de la dependencia de nuestros países la idea que el subdesarrollo no es tan solo un proceso generado a partir de una relación estructural de dependencia en el proceso de acumulación del capital a nivel mundial. Sino que es también “efecto de la pérdida del potencial productivo de una nación, debido a un proceso de explotación y expoliación que rompe los mecanismos ecológicos y culturales de los cuales depende la productividad sostenible de sus fuerzas productivas y la regeneración de sus recursos naturales”. (Leff, 1998:156)
El sistema económico se ha vuelto por tanto irracional provocando un manejo ecológico y energético ineficiente, con costos sociales y ambientales cada vez más altos. Esta irracionalidad e ineficiencia obstaculiza la posibilidad de generar la discusión, al menos, de alguna alternativa productiva más equilibrada, igualitaria y sostenible.
Para empezar a pensar en una alternativa al desarrollo es necesario comenzar por un cambio de actitud y abandonar el negacionismo ecológico. Ya que como afirma Gudynas (2010c:77) los problemas ambientales, la contaminación, la deforestación, la basura urbana, y tantos otros, son reales, graves, y afectan a mucha gente. Ya no es posible tolerar las posturas de izquierda que repiten los discursos de una década atrás minimizando u ocultando ese deterioro ambiental. Seguidamente se debe reconocer la existencia de límites ecológicos. No es posible continuar con la defensa de una producción expansiva y crecimiento económico perpetuo ya que no hay recursos para ello y el planeta no soportaría sus efectos.
Este debate en torno a generar alternativas al desarrollo está emergiendo en los países del Sur Global y ha sido retomado por varias corrientes de pensamiento. Para mostrar algunas de estas ideas y cuáles son los debates principales resumimos a continuación dos de las principales corrientes, por un lado “el buen vivir” que se puso de manifiesto en las discusiones de la constituyente ecuatoriana en 2008 y la alternativa “pachamamista” representada en la figura del canciller boliviano Choquehuanca.
La idea del pachamamismo es una alternativa que ha surgido principalmente de las corrientes quechuas y aimaras y está ligada a la cosmología andina. Sin embargo, “parece evidente que, en la actualidad, el debate más intenso sobre el “pachamamismo” gira alrededor de declaraciones y posiciones del presidente Evo Morales y su canciller, David Choquehuanca, sobre la Madre Tierra y la Pachamama, y cuenta con varios apoyos”. (Gudynas, 2010b:5)
Esta idea se ha ido plasmando en diversas declaraciones, siendo la más importante la declaración de los Derechos de la Madre Tierra que surgió como corolario de la cumbre de los pueblos en contra del cambio climático que tuvo lugar el año pasado en la ciudad de Cochabamba en Bolivia como respuesta y como una crítica al fracaso de las negociaciones en la cumbre de las Naciones Unidas de Copenhague donde los representantes de los gobiernos del mundo se habían convocado para discutir sobre las alternativas al cambio climático sin llegar a ningún acuerdo relevante sobre el tema.
La ideología pachamamista reconoce un giro de la centralidad del hombre como dominador de la naturaleza hacia un igualitarismo biocéntrico en el que los hombres somos parte de la naturaleza. En relación a los defensores biocéntricos hay muchas posturas desde quienes sostienen que los seres vivos son más importantes que los humanos, los que sostienen que existe igualdad entre ser humano y ecosistemas y quienes sostienen y reconocen los valores propios de la naturaleza y de todas las formas de vida, pero también aclaran que éstos no son iguales, y no es lo mismo una persona que una hormiga. A pesar de la diversidad de corrientes biocéntricas y pachamamistas, todas afirman el biocentrismo antes que el antropocentrismo lo que, a decir de Gudynas

…genera derechos que no se enfocan en individuos, sino en las “especies” o “ecosistemas”. Su preocupación es la sobrevida de las poblaciones y la integridad de los ecosistemas, con lo cual se permite el uso de los recursos naturales aunque bajo dos condiciones: por un lado, asegurando la persistencia de esas formas de vida, y por el otro, que ese aprovechamiento permita satisfacer la calidad de vida de las personas. Esta es una posición exigente desde la ética ambiental, pero que no rechaza los usos humanos del ambiente, sino que los condiciona a asegurar la conservación de los demás seres vivos. (2010b:5)

De esta manera, al reconocerse el valor propio de todos los seres vivos, los ecosistemas, el ambiente, la naturaleza y la madre tierra pasan a ser sujetos de derecho. En este sentido, posicionar el debate sobre estas cuestiones en un primer plano “tiene enorme valor al abrir las puertas a otras perspectivas que han estado marginadas y tiene enormes potenciales en fortalecer una mirada ambiental”. (Gudynas, 2010b:6)
Otro enfoque diferente pero que va en el mismo sentido que el pachamamismo es la idea del “vivir bien”, cuya fórmula más acabada fue la que estuvo a la base de las discusiones de la constituyente ecuatoriana y que quedó plasmada en la nueva constitución de Ecuador. Como ya dijimos, la visión pachamamista tiene un fuerte arraigo en la cosmología andina, en cambio el “vivir bien” proviene principalmente de las cosmologías amazónicas.
En la Asamblea Constituyente de Ecuador la discusión avanzó hacia propuestas que recogen elementos planteados dentro y aún fuera del país. Allí, desde la visión de los marginados se planteó el buen vivir o sumak kausay (en kichwa) como una oportunidad para construir otra sociedad a partir del reconocimiento de los valores culturales existentes en el país y en el mundo. Una concepción que, además, desnuda los errores y las limitaciones de las diversas teorías del llamado desarrollo. (Acosta, 2009:36)

Para entender lo que implica el buen vivir, que no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, hay que empezar por recuperar la cosmovisión de los pueblos y nacionalidades indígenas (…) Eso, de plano, no significa negar la posibilidad para propiciar la modernización de la sociedad, particularmente con la incorporación en la lógica del buen vivir de muchos y valiosos avances tecnológicos de la humanidad. Es más, una de las tareas fundamentales recae en el diálogo permanente y constructivo de saberes y conocimientos ancestrales con lo más avanzado del pensamiento universal, en un proceso de continuada descolonización del pensamiento. (Acosta, 2009:36)

En las sociedades indígenas se ha propuesto que en la idea del buen vivir no existe algún concepto tal como desarrollo entendido como un proceso lineal que establece un estado anterior (subdesarrollo) en tránsito hacia un estado posterior (desarrollo). “No existe, como en la visión occidental, esta dicotomía que explica y diferencia gran parte de los procesos en marcha. Para los pueblos indígenas tampoco hay la concepción tradicional de pobreza asociada a la carencia de bienes materiales o de riqueza vinculada a su abundancia”. (Acosta, 2009:37)
En la propuesta del buen vivir entonces los bienes materiales no son los únicos determinantes de que se viva bien ya que entran en juego otros valores como el conocimiento local, el reconocimiento social y cultural, la ética ambiental y conductas particulares en la relación con la sociedad y la naturaleza. De manera que “cuestionan la idea tradicional del progreso material acumulativo e indefinido, y para superarlo proponen nuevas formas de organización de la vida misma. La búsqueda de estas nuevas formas de vida implica revitalizar la discusión política, ofuscada por la visión economicista sobre los fines y los medios”. (Acosta, 2009:38)
El buen vivir se presenta entonces como una oportunidad para construir colectivamente una nueva forma de vida más que un modelo nuevo de desarrollo. Siguiendo a Acosta podemos decir que

…el buen vivir, en definitiva, tiene que ver con otra forma de vida, con una serie de derechos y garantías sociales, económicas y ambientales. También está plasmado en los principios orientadores del régimen económico, que se caracterizan por promover una relación armoniosa entre los seres humanos individual y colectivamente, así como con la naturaleza. En esencia busca construir una economía solidaria, al tiempo que se recuperan varias soberanías como concepto central de la vida política del país. (Acosta, 2009:40)

Más allá de estos ejemplos de alternativas al desarrollo quisiéramos concluir el ensayo diciendo que es necesario pensar al desarrollo como un concepto histórico y localizado (moderno y occidental) y que por tanto no debe ser naturalizado, más bien debe ser interpretado críticamente evitando la naturalización del concepto anclado a la racionalidad económica productivista y asociado únicamente a la idea de crecimiento económico y acumulación de capital. Esta idea nos permitirá poner en debate diferentes concepciones de desarrollo, no sólo de los detentadores del poder mundial, sino también de las comunidades, de los movimientos sociales, de otros actores no gubernamentales que disputan en el espacio simbólico la posibilidad de inscripción de las mismas en la agenda pública. En consecuencia, se convierte en un imperativo para los académicos críticos en conjunto con los movimientos sociales comenzar a pensar en esta alternativa no capitalista como sistema de producción que tenga en cuenta la racionalidad ambiental, respete las diferentes formas de vida y producción de los pueblos originarios de los lugares y tienda a la consecución del objetivo del “vivir bien”.

Bibliografía

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[1] “En todos los países bajo gobiernos progresistas se ha mantenido, e incluso reforzado, los sectores extractivos, que incluyen la minería, gas y petróleo, y los monocultivos de gran cobertura orientados a la exportación. Su participación en las economías nacionales es muy alta; por ejemplo, los hidrocarburos casi representan el 90% de las exportaciones totales en Venezuela, y los minerales más del 60% en el caso chileno. Estos emprendimientos generan los más diversos impactos sociales y ambientales, que van desde desplazamientos poblacionales, afectaciones a la salud, hasta la deforestación o contaminación del agua. A su vez, esos efectos generan distintas protestas sociales, desde reclamos judiciales a bloqueos de rutas o paros cívicos”. (Gudynas, 2010c:63)

[2] “La megaminería a cielo abierto, la privatización de tierras, la construcción de grandes represas, el boom de los agro-negocios basados en los transgénicos y la siembra directa, los proyectos de infraestructura previstos por el IIRSA y los llamados biocombustibles, ilustran a cabalidad esta nueva división territorial y global del trabajo entre el Norte y el Sur en el contexto del capitalismo actual, que repercute en una “desigual distribución de los conflictos ecológicos” (Martínez Alier: 2004) y territoriales. (Svampa y Sola Álvarez, 2010:108)

[3] “Así como ya se habla de un "financiamiento de izquierda", analistas atentos a la dinámica económico-política en la región postulan que hay elementos suficientes para afirmar que existe un modelo de "nuevo extractivismo progresista" para el crecimiento económico, que perpetúa un modelo de desarrollo basado en la apropiación de la naturaleza, y alimenta una red productiva poco diversificada y concentrada en unos cuantos grupos empresariales. Ese tipo de economía es muy dependiente de la capacidad de inserción de esos países (es decir, de sus empresas) como proveedores de materias primas, a nivel internacional”. (Verdum, 2010)

[4] “El Estado asume un papel más activo, nacionalizando empresas (como en Bolivia y Venezuela, por ejemplo) y/o estableciendo sociedades público-privadas con características que varían de acuerdo con la situación o el país (como en Brasil). Hay una extrema imbricación entre los gobiernos, en sus distintos niveles, y las empresas transnacionales y/o empresas privadas controladas por las élites nacionales. En algunos casos, los gobiernos aportan un gran apoyo financiero o incentivos económicos muy atractivos, cómo la exención de impuestos, facilitando la instalación, modernización y expansión de empresas y conglomerados empresariales en los países”. (Verdum, 2010)